No bastaba más. Quienquiera que hubiese sido, estaba muerto. O bueno, lo estaría en cuanto recobrase sus facultades físicas y mentales. Un hilo de sangre caía por la comisura de su labio, bajando por la mandíbula hasta su cuello, provocándole un incómodo picor a medida que avanzaba. Se limpió con impaciencia con el dorso de su mano, dejando una estela rojiza donde antaño estuvo pálido. Era la primera vez que se enfrentaba a ello, y era el peor día para probar nuevas experiencias. Recordó todo poco a poco, mientras la impotencia volvía a su lugar acostumbrado. Un pitido en los oídos la hizo darse cuenta de la tensión que marcaban sus mandíbulas, pero si aminoraba la presión comenzaría a gritar como condenada. Pensó que debería pararse, y se vio de pie casi al instante. Comprendió la mecánica: si ordenaba un poco la línea de sus pensamientos su cuerpo actuaba por inercia. “Mátate”. No obtuvo respuesta. “Casa”. Tampoco. Sin embargo comenzó a caminar al cabo de unos segundos. No sabía dónde estaba. Al otro lado de la acera un niño asomado en una ventana la miraba sonriendo.
lunes, 28 de septiembre de 2009
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